No me gustan las fiestas que bautizan como “el party de los igualitos”. ¿Cómo que igualitos? Pero si a leguas se ve que la recua de años nos han pasado, bailado y brincado encima. A mí que no me vengan con ese cuento, que con treinta libras de más, un montonete de canas, treinta años con el mismo marido y para rematar cuatro hijos estoy bastante estrujadita; o sea, que de igualita no tengo nada. ¡Hello! Bastante caro he pagado el precio del atragantamiento, el estrés y las amanecidas.
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Vamos, que sigo siendo la misma, pero muy muy muy por dentro. Chacho, ya quisiera verme como en aquellos tiempos, livianita, tersita, relajadita….Pero bueno, que por lo menos todavía no estoy en estado de descomposición… que no es para tanto, que lucimos guapas y guapos, interesantas e interesantos, con ese aroma a experiencia, a bailao, a pa’l carajo que me bebo lo que me quede de vida a cul cul y sin pizca de miedo.
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Lo que tengo lastimado es el chip del cerebro. Es que la memoria está bastante llena, se me acabaron los gigabytes quizás porque soy un modelito viejo. En la maraña de momentos y recuerdos le estampo un abrazo y un beso al primero que me salude, costumbre con la que me ha ido bastante mal. He besado maleteros, mensajeros, gente que camina hacia mi en una acera y que saludan, sin yo saberlo, al de atrás.
Los que van conmigo, cuando se dan cuenta de la vergonzosa situación, se atacan de la risa. “Que se joda, es mi prójimo”, les digo. En la fiesta de mi clase mi amigo Jorge me dijo: “¡mira Uka!”, señalando a una mujer simpática y bajita. Me fui en blanco. Me quise morir. ¿Quién es, quién es carajo, quién es? Y en una fracción de segundo, cuando ya iba a espetarle el beso, Jorge me dijo: “para que le ordenes el trago”.
No soy del club de las igualitas, pero tampoco muchos que como yo, han extraviado unos cuantos pelos y ganado alguna otra cosa como el peso o un par de tallas de pantalón. Quizás por eso me confundo cuando los veo. Una amiga me contó que en su fiesta abrazó a un querido compañero. “Muchacho, estás igualito”, le dijo a boca de jarro. Punto y seguido su amigo se puso tan contento que le sonrió, de oreja a oreja, mostrando con orgullo una clase de mella que al verla mi amiga casi se desmayó.
En esos encuentros hay de todo un poco. Por eso se inventaron la media luz, que te suaviza las arrugas, te da un aire de misterio.
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Cuando te anuncian, te invitan o te enteras del party sales corriendo. Corres al gimnasio, al spa, al salón de belleza, a comprarte ropa nueva, a mirarte y a llorar en el espejo; a maldecir por lo que no has hecho y ahora tendrás que hacer literalmente corriendo contra el tiempo. Otros, como yo, se resignan al recuerdo, que recuerden que era flaca, que recuerden mi pelo negro, que recuerden que tenía los sesos completos. Ni modo, que me quieran como soy, como estoy, como me veo.
Siempre hay alguno que otro que está igual. Sra. Igualita de bicha. Sr. Igualito becerro. Tengo un par de amigas queridas a las que en medio de su “pariseo” y sin gota de misericordia o vaselina le dijeron: “nenas, yo recuerdo que ustedes eran bien bien feas en aquellos tiempos”.
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No sé qué sonó peor, si lo de feas o lo de aquellos tiempos. Ellas, que siempre han sido dos damitas, se congelaron en el momento, se quedaron mudas, pasaron el resto de la fiesta caminando de un lado a otro como dos almas gemelas y en pena. Finalmente se sacudieron y se tragaron aquellas palabras mezclándolas con una buena porción de alcohol. Al otro día fue que se rieron.
Las compañeras que estaban alrededor quedaron como aquella canción de Shakira: brutas, ciegas y sordomudas. Todo un espectáculo de terror. Una pena que no me haya pasado a mi, que con el tiempo he logrado establecer una dupleta entre cerebro y lengua, un matrimonio completo, un estado de perfección cuyo resultado es una asombrosa capacidad de contestar como un petardo no sin antes rebuscar en los recovecos de los sesos la respuesta justa y perfecta. “Pero niñaaaaa”, le hubiera contestado yo,” tu sí que estás igual… igual de bruta, igual de pendeja. ¡Igualiiitaaaaa!”
Esta columna expresa solo el punto de vista de su autor. Uka Green es publicista y bloguera. Puedes contactarla a través de su página de Facebook: Uka Green o visita su blog Cincuentaytantos.