Querido hermano Alberto:
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Todavía no lo puedo creer. ¡Te nos fuiste tan de repente! ¡Qué pérdida tan inmensa!
Se suponía que este domingo pasado se iba a cumplir mi gran sueño de compartir el escenario contigo. Se me antojaba llamarlo “El concierto de los Tocayos”.
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A través de las interpretaciones de Rafael José, Dagmar y Glenn Monroig (que dejaron sus almas en el escenario), esa tarde logramos rendirte un muy merecido homenaje, y estuviste presente en cada canción tuya que allí cantamos.
Recuerdo cómo tu enorme voz de barítono llenaba cada espacio en el teatro. Tu voz tan de hombre, pero, a la misma vez, tan tierna, transmitía una dulzura que nos arropaba y nos desarmaba, llegando a lo más recóndito de nuestro ser. Cierro los ojos, y ¡me parece estar viéndote en el escenario! Imponente, viril, vulnerable. Te entregabas y desnudabas tu alma completamente frente a un público que te adoraba; a un público al cual invitabas a navegar por tu mundo mágico, ¡lleno de vivencias y emociones, de tus sueños, de tus andanzas! Les cantabas al perro callejero, al árbol, al abuelo, al amigo, al amor, a la vida… y hasta a la muerte… En fin, no existía tema alguno que no provocara en ti una canción.
Hoy, al escuchar tus discos, te siento tan vivo y tan presente que, inevitablemente, se me forma un nudo en la garganta. Qué difícil es comprender que ya no volverás a estar con nosotros.
“Qué suerte he tenido de nacer para entender que el honesto y el perverso son dueños por igual del universo, aunque tengan distinto parecer”. Que verso tan lleno de sabiduría y de humanismo! ¡Qué gran poeta fuiste… eres… y seguirás siendo!
¡Qué suerte tuvimos nosotros de que tú nacieras, Alberto… Serás eterno hermano del alma, porque tu obra es eterna!