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Caculos

Lee la columna de la bloguera Uka Green

Le tengo terror a los caculos. Miedo, asco, pavor. A mis cincuenta y ocho años no he logrado superarlo. Es ridículo, sí. Esos abejorros que seguramente miden menos de dos pulgadas tienen el poder de reducirme, de hacerme correr despavorida y como vieja sin refajo.

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Yo tan grande, tan ancha, me desplomo de sólo avistarlos. Me da la sensación adormecedora de un mareo y el pinchazo de adrenalina que se siente cuando se choca. Con el tiempo he desarrollado un sexto sentido que me permite escuchar el aleteo de su caparazón. Es como las contracciones que se sienten justo en el momento de parir, no sabemos cómo, pero sabemos que vienen. Así que algo me dice que se acerca el cuerpucho y me encojo en la silla, escondo la cabeza entre las piernas y empiezo a gritar.

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Pero más ridículo es escribir sobre ellos, tratarlos en primera persona y permitirles ocupar mi pensamiento. Que se joda. Puede ser que de esta manera logre exorcizarlos de mi vida.

Una vez entró uno de esos malditos a la casa, justo cuando mi marido no estaba. Y fue terrible. Me metí en el baño y cerré la puerta dejando a mis hijos pequeños, Antonio y Lorenzo, afuera, en el family. Fue una vil cobardía. Acurrucada detrás de la puerta me sentí como mierda hasta que decidí enfrentar a ese monstruo de caparazón acaramelado. Le pedí a los nenes que me alcanzaran un cojín del sofá y lo utilicé de escudo.

Yo gritaba y ellos gritaban. ¡FATAL! Me enfrenté al rechoncho volador en un gesto de valentía y coraje maternal y le metí tal zarpazo que cayó derribado… no quiero ni recordarlo, porque al golpearse contra el piso crujió. Fó. Pero bueno, quedé como heroína ante los ojos de mis hijos aunque desde entonces sufro de pesadillas.

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Recuerdo que una noche se me pegó uno a la blusa y por poco me desmayo. Fue en la terraza. Brinqué como brincan algunos feligreses en las iglesias, dando saltitos cortos y rápidos. Me arranqué la blusa y quedé en sostén, mahón y tacas. Así como estaba corrí hacia adentro de la casa. A mi marido le dio un ataque de risa. Y aún hoy, cuando se acuerda, se ríe igual.

No me importa. Si vuelve a pasar me quito la blusa otra vez. Frente al que sea. Repito que no me importa. Aunque el que esté de visita me vea las tetas. Total, para lo que me queda….

Esta columna expresa solo el punto de vista de su autor. Uka Green es publicista y bloguera. Puedes contactarla a través de su página de Facebook: Uka Green o visita su blog Cincuentaytantos.

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