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El pelo lacio

Lee la columna de Uka Green

Siempre quise tener el pelo lacio. Nací con una mata de cabe-llo bipolar. Ni lacia, ni kinki, se quedó como en el medio. Era una maranta acaracolada, una esponja en forma de hongo, un reguero de pelo que no era ni afro ni melena.

Mucha gente me comenta que parezco menos edad de la que tengo y es que mi abuela me embadurnaba con Alberto VO5, una plasta de un amarillo feísimo que apestaba a lanoli-na, y me halaba las greñas para hacerme un moño que me dejaba la piel planchada y los ojos razgados como las filipinas.

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Con el pelo me ha pasado como con las dietas, he intentado de todo. Mi amiga Tata, a quien menciono para que se le re-vuelque la conciencia, me convenció una vez para que me pusiera una cataplasma de aceite de coco que me dejaría LACIA para una fiesta. Luego de un par de horas con aquel menjunje, cuyo olor se me metió por la nariz al punto de que no tomo ni piña colada, me entregué emocionada al agua y al shampoo, que si mal no recuerdo era Breck. Entusiasmada pa-sé a la segunda etapa – chachaaaa ya me imaginaba lacia, dando pelo -, unos rolos grandes y rosaditos y a secarme en una secadora que tenía un gorro y un tubo que despedía un soplo con peste a viejo. El resultado fue un emplaste tal que Ta-ta tuvo que lavarme el pelo – mientras yo lloraba a gritos – con detergente ACE. Si quitaba las manchas también tenía que qui-tar aquel grasero.

Lo intenté después con sábila, que ahora se llama ALOE. Qué cosa ah, como cambian las palabras para ponerlas más chic. Pues mi abuela, que en paz, cortó una penca larga, gruesa y verdosa de la mata del patio. Ella era experta en matar gallinas torciéndole el cuello de un tirón y con una frialdad asesina. Así mismo rajó aquella penca y sacó una cosa babosa, transpa-rentona que cortó en pedacitos. Yo me unté aquella baba con FE, ESPERANZA y GRATITUD. Y fue peor. Quedé como el actor negro de aquella serie televisiva norteamericana que se llama-ba MOD SQUAD, ese que tenía un afro alto y un ojo loquito.

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Lloré varias horas. De rodillas le pedí a Dios que me hiciera el mi-lagrito de devolverme la maranta y que se llevara lejos, pero muy lejos, aquellas greñas cabronamente espantosas, ásperas, desubicadas. Quedaron como con ADD.

Entonces decidí recortarme y quedé como la hermana de Te-go Calderón.

Pero apareció la STREISAND. Sí, la mismísima BARBRA STREISAND en aquella película, A STAR IS BORN, y me devolvió las esperan-zas. Así que me dediqué a recolectar BABY BREATH, que en bo-ricua se llama caíllo blanco del monte, para colocármelo a los lados de la cabeza, encima de las orejas, en pequeños ramitos.

Fue pasando el tiempo y yo probando cada nuevo experimen-to de la tecnología. Herví suela de zapato, me rocié con aque-lla cosa que se llamaba Afro Sheen, usé baba de caracol, shampoo de caballo y hasta me unté camomila para aclarar-me el color. Pero cómo carajo iba a aclararme el color si era negro?

Pero yo ahí, decidida y encontré en un librito de Avón un es-pray que olía agrio, fó, pero que prometía dejarte con destellos claros. Un buen día me rocié la cabeza entera y me fui para la playa. El sol estaba divino, candente, ave María! Llegué a la playa con mi pelo negro y salí con el pelo chinita. O sea, jabá. Lloré, lloré y lloré y déjame no recordar más porque me echo a llorar de nuevo. Cómo se llamaría la mierda aquella?

He sido esclava de los rolos, del blower, de la plancha, de mas-carillas, acondicionadores, gotitas, aceite de oliva…. eso sí, nunca me di un alisado. Imagínense, con mi suerte me hubiera quedado en ronchas y cascaritas.

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Embarazada de mis hijas me daban pesadillas…. Me veía te-jiendo trencitas de esas que van en fila – que me encantan, lo que pasa es que para eso tengo la misma habilidad que para la mecánica, cero – y que terminan en un bead. Le pedí a Dios que se apiadara de mi torpeza y me mandara los hijos con el pelo lacio, bien lacio. Tan pronto salían de mi panza, le pregun-taba a mi marido, son lacios? son lacios? Y sí salieron con el pe-lo lacio. Creo que es la recompensa a todos los suplicios que pasé.

Hoy tengo el pelo menopáusico. O sea, aquella maranta es co-sa del pasado. Me quedan exactamente siete hebras que per-dieron la vida. Son como una pelusa, como una vaina flácida y sin personalidad. Entonces, luego de haber jodido tanto para tenerlo lacio ahora vivo pegada a la tenaza a ver si lo puedo rizar.

Esta columna expresa solo el punto de vista de su autor. Uka Green es publicista y bloguera. Puedes contactarla a través de su página de Facebook: Uka Green o visita su blog Cincuentaytantos.

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