Voces Activas

La Loto

Lee la columna de la bloguera Uka Green

Con la Loto me atacan los malos pensamientos. Como que no puedo aguantarme de producir una peliculita mental en la que gano ese premio gordo, bien gordo. Aveeee Maríaaaa, es que me veo con el boleto en la mano, el corazón late que late – tuntún tuntún tuntún – al ver que voy pegando los números uno a uno… y cuando corroboro que he pegado los seis se me es-capa ese tema musical que dice “Acho puñeta,  puñeta….”

Entonces viene lo mejor. Recojo el cheque, voy al banco, a ese que me ha jodido desde que la crisis económica mundial nos tocó. Sí, sí, a ese que me llama para saber cuándo voy a pagar aún cuando faltan semanas para la fecha….a ese que me lla-ma para saber si quiero programar el pago… a ese al que le pedí una rebaja en los intereses de la tarjeta de crédito y me contestó con un NO espectacular… a ese que si me paso de la fecha de pago por un día, un mísero día, me persigue como la Inquisición, casi una cacería. A ese banco es el que voy.

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Entro vestida impecablemente… chaqueta y pantalón en tona-lidad hueso (que se joda, es mi película y me visto como yo quiero), carterón Hermés negro, que es una imitación pero se ve cabrón, tacas, moño repelado en la nuca (esto me lo copié de la revista Hola de España), aretes pequeñitos, mi lujoso reloj, comprado en una de las mesitas de Río Piedras a diez pesos, espejuelos de marco negro – también imitación – y bembas pin-tadas rojo moretón.

Una gotita de veneno resbala por la comisura de mis labios. Voy donde el gerente y le digo que quiero hacer un depósito “grande”. Se lo digo bajito para darme el gusto de que no es-cuche bien y me pregunte otra vez. Pero lo oyó, ve el numerito escrito en el chequecito y convoca de inmediato a un tropel de alcahuetes que aparecen como lambetrancas por arte de magia. Chachoooooo, me mandan a sentarme en una oficina, me ofrecen café, es más, hasta se ofrecen a abanicarme la calentura de la menopausia (que no pude obviarla en este fil-me). Miro a mi marido (hellooooo, ¿cómo voy a dejarlo fuera de este peliculón?) guapísimo por cierto, con su camisa blanca arremangada, su cabello canoso, sus espejuelos que despiden intelecto y su buen reloj – okey, el de él no es imitación porque se lo regalé yo, pero el mío, que salió de su bolsillo, es una répli-ca… a verdad que las mujeres somos bien pendejas. Lo miro con complicidad. ¡La Loto nos tocó!

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Nos disfrutamos el momento, la lambonería, diatre, ¡somos casi los dueños del banco! Es un instante de placer, vamos, orgás-mico. Los empleados vienen y van como hormigas buscando encontrarse con nuestra mirada para detectar si necesitamos algo, si pueden complacernos. Depositamos nuestro dinero en una transacción que se hace laaaargaaaaa, digo, es un cojón de chavos, pero placentera porque no estamos en la estúpida fila hacia el counter, en medio de los sorullos de terciopelo que colocan en forma de valla, con el de al frente pendiente al celular, el de atrás hablando con voz de corneta, el guardia desde la puerta mirando y la fila leeeentaaaaa. Tampoco es-tamos en las silletas esas de la salita pública de la que te llaman sin confidencialidad alguna. Estamos en la privacidad de la oficina del más que manda sintiéndonos que los más que man-dan somos nosotros. “Sonad tambores… tocad maracas”.

Regresamos a los tres días, cuando cambia el cheque, otra vez magníficamente ataviados, y salaaaa mayaaaaa, casi salen disparados a buscar un canto ’e alfombra roja para tendernos el red carpet. Seguramente en algún rincón tienen de sorpresa la banda municipal y las batuteras de Guaynabo esperando la señal para salir a recibirnos. Tiru riru riru riru riru rap pa, tiru rap pa, tiru raaaaaa. Entramos directo a la oficina del gerente, quien literalmente corre hacia nosotros como en cámara lenta. Hasta creo que quiere abrazarnos.

“¿Qué se les ofrece?”, nos pregunta el gerente que, a fin de cuentas, no tiene la culpa de nada, excepto de estar portán-dose como mamatranca.

“Retirar el dinero”, le digo casi relamiéndome, pero muy fina yo.

“¿Qué cantidad quieren retirar los señores?”. Diatre, ese tipo de verdad que es bien lambetranca, bendito, hasta pena me da el pobrecito.

Entonces escucho las trompetas, el arpa, la musiquita de fondo de las telenovelas: ta ta ta taaaaannnnn.

“Todo”, le digo con pronunciación de la bicha más bicha, la bichaplus, la bichacachimba, la presidenta de la Junta de Las Bichas, la reina bicha.

El pobre gerente sufre un amago de mareo. Pierde el color y se le pone la piel como la de las salamandras. Las bolas de los ojos se le van a blanco y el sudor se traspasa a su camisa, al área de las axilas, ahí donde se forma ese rosetón tan desagradable.

“¿Todo?”, pregunta y tal parece que le cambió la voz porque ahora suena finita, aguda, temblorosa…creo que está a punto de hacer pucheros. En mi mente suena aquella frase de un programa de juegos: quierellorar, quierellorar, quierellorar.

“Sí, todo”, le digo mientras le clavo las uñas por placer a mi marido. “Y por favor, lo quiero en CASH”.

 

Esta columna expresa solo el punto de vista de su autor. Uka Green es publicista y bloguera. Puedes contactarla a través de su página de Facebook: Uka Green o visita su blog Cincuentaytantos.

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