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La raqueta de mosquitos

Lee la columna de la bloguera Uka Green

Casi morí cuando mi marido entró por la puerta venteando con una mano aquella raqueta. Es una raqueta como las de jugar tenis, de un amarillo muy chillón y en su mango un espacio para baterías que se activa con un pequeño apretón del dedo pulgar y que enciende las cuerdas eléctricas en las que los mosquitos pasan a mejor vida de la peor manera: víctimas de la quemazón.

¿Pero estás loco? ¿Cómo piensas que voy a ir por ahí cremando mosquitos?, le cuestioné ipso facto. Jódete, me dijo.

El aparatito es efectivo, debo admitirlo. Emite una descarga que los achicharra y manda al infierno. Digo, porque creo que los mosquitos no van al cielo. ¿O sí? El ruido es espantoso, un pppppá que te hace brincar. Asco. O los matas tú, me dijo mi marido, o te pican ellos. Es que en esta casa, a pesar de tanta medida de rigor y limpieza, campean con una actitud como si pagaran renta. Así que con lo impertinentes que son y con la amenaza del dengue, el chinkunkuya y el zika mi marido se ha puesto combativo.

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A pesar de negarme a ser el verdugo de mi enemigo, me encontré una buena tarde sola y bajo el ataque de un impertinente mosquito. Claro, con este peso que llevo bien podía servirle de desayuno, almuerzo y cena, todo a la vez. Soy como un bufé con todo incluido. Busqué la raqueta y la agarré. Sentí como si me poseyera. Yo que corro como puta ante un caculo, lloro ante una cucaracha, abandono carros en marcha por un coquí y dejo a mis hijos apostados con escoba en mano ante un ratón de media pulgada, me convertí en verduga (sí, verduga, terminando en a, como nena).

Comencé a bailotear al aire la raqueta, como Sampras, como Venus y Serena Williams. “Tranqui, que ya mismo te llega tu fecha de expiración”. Cambié de estilo, me quedé quietecita y pppppá, te jodiste cabrón. Confieso que brinqué con el ruidito, pero sentí un extraño placer que he llevado oculto hasta ahora que les cuento. Desde entonces soy experta matamosquitos. Todavía me muero con los caculos, pero bueno, voy mejorando en mis miedos.

Me encantaría saber quién fue el del invento, aunque me sospecho que algún puertorriqueño. Quisiera preguntarle si tiene alguna extra large para casos especiales, como el de aquella vez, hace unos años, que se formó senda garata entre los señores que en este país se supone que cuiden de nosotros y cuenten con nosotros mientras se ganan el sueldo inventando, aplaudiendo y bloqueando leyes, cualquiera que sea el caso.

Es que me imagino yo, vestida con un mameluco amarillo, tan amarillo como el de mi raqueta, o sea, chillón, con unas tacas bien bellas, blower y pañoleta, entrando por el mismísimo medio del hemiciclo como reina de belleza pero en vez agitar la mano con fragilidad, ir agitando con fuerza la raqueta. Zás por aquí, zás por allá, zás, zás, zás.

Me encantaría escuchar ese ruido ….. ¡Ppppppáaaaaaaaaaaaaaa!

 

Esta columna expresa solo el punto de vista de su autor. Uka Green es publicista, bloguera. Puedes contactarla a través de su página de Facebook: Uka Green o visita su blog Cincuentaytantos.

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